Gabriel
El día de su ochenta cumpleaños, como todos los días, Gabriel tomó su desayuno en su terraza, vestido de lino y zapatos impecables, ambos blancos.
Después, Gabriel lo recogió todo y se marchó, vivía en un pueblo a penas cinco kilómetros de Sevilla, en pendiente hacia ella, caminó dejándose ir por la pendiente, como llevaba haciendo quince años.
Como tenía por costumbre, fue al ambulatorio, lo hacía desde que su mujer murió. Un amigo y vecino suyo le había recomendado que fuera al médico para que le viese la garganta a causa de un resfriado.
Finalmente, tras diez minutos de camino, el anciano llegó al consultorio, entró en él, se dirigió a la sala de espera que se encontraba junto al despacho de su medico y se sentó en una vieja silla que estaba en un sucio rincón.
Andrea era la doctora de Gabriel, una mujer de cuarenta y cinco años, y llevaba como doctora en aquel pueblo quince años, uno de sus primeros pacientes en aquel lugar fue Gabriel, desde entonces él iba todos los días a que le atendiera, pero solo la primera visita fue con una verdadera enfermedad, Gabriel, se hacía el enfermo, para ver a Andrea, quien siempre le decía:
-Don Gabriel, nos enterrará a todos tiene muy buena cara y no le veo nada.
A lo que él siempre respondía-Pues me duele aquí, y en este otro sitio-Decía señalando cualquier lugar del pecho o el cuello mientras la miraba.
Aquel día, cuando llegó, recordó el primer día que la vio, aunque apenas llevaba meses muerta su mujer, se había vuelto a enamorar. La doctora pensaba que era un viejo hipocondríaco, él nunca le dijo que la amaba, es más, le hablaba de su esposa en presente. Gabriel moriría años después pensando solamente en Andrea y solo en la habitación de un hospital.
Quedaba una media hora para que le tocase entrar, el anciano vio a Andrea entrar en la consulta después del descanso para el desayuno, le saludó y ella correspondió con una sonrisa y unos buenos días.
Al entrar en su despacho Andrea se volvió a su compañera, y le dijo:
-¿No se cansa Don Gabriel de venir todos los días? Ya empiezo a pensar que no solo es hipocondríaco sino que además está loco!
-No me extrañaría nada, lleva viniendo quince años de lunes a viernes, pero no hace daño a nadie, a veces creo que viene por estar con aire acondicionado-dijo Maria.
-A lo mejor es eso, haz pasar al siguiente por favor-respondió Andrea dando por zanjada la conversación.
Gabriel estaba hablando con un conocido que vivía en su calle cuando María lo llamó a consulta:
-Don Gabriel puede pasar-le dijo.
-Voy-dijo el hombre, y entró en su consulta.
-Buenos días.
-Buenos días-respondieron al unísono Andrea y Maria, la doctora se levantó, se acercó a Gabriel, y le dijo-siéntese en la camilla por favor, y déme su cartilla medica.
Gabriel le dio su cartilla, Andrea la puso en la mesa de Maria y dijo:
-Ahí tienes- y se volvió a su paciente- ¿que le ocurre?
Gabriel, que no la había dejado de mirar a la cara, le respondió- me duele aquí y en este otro sitio.
Y como siempre se decían- don Gabriel, nos enterrará a todos tiene muy buena cara y no le veo nada.
-Pues me duele aquí y en este otro sitio.
Maria dijo mirándolo al rostro-se le ve feliz, se nota que quiere mucho a su esposa.
-La quise así desde el primer día, es una gran mujer.
- Se nota, lo cuida muy bien-dijo Andrea riendo.
-Si -dijo Gabriel sin dejar de mirar a Andrea-siempre lo hizo.
Maria le devolvió la cartilla médica y le dijeron las dos-hasta mañana don Gabriel.
-Adios-se despidió él.
Después, Gabriel lo recogió todo y se marchó, vivía en un pueblo a penas cinco kilómetros de Sevilla, en pendiente hacia ella, caminó dejándose ir por la pendiente, como llevaba haciendo quince años.
Como tenía por costumbre, fue al ambulatorio, lo hacía desde que su mujer murió. Un amigo y vecino suyo le había recomendado que fuera al médico para que le viese la garganta a causa de un resfriado.
Finalmente, tras diez minutos de camino, el anciano llegó al consultorio, entró en él, se dirigió a la sala de espera que se encontraba junto al despacho de su medico y se sentó en una vieja silla que estaba en un sucio rincón.
Andrea era la doctora de Gabriel, una mujer de cuarenta y cinco años, y llevaba como doctora en aquel pueblo quince años, uno de sus primeros pacientes en aquel lugar fue Gabriel, desde entonces él iba todos los días a que le atendiera, pero solo la primera visita fue con una verdadera enfermedad, Gabriel, se hacía el enfermo, para ver a Andrea, quien siempre le decía:
-Don Gabriel, nos enterrará a todos tiene muy buena cara y no le veo nada.
A lo que él siempre respondía-Pues me duele aquí, y en este otro sitio-Decía señalando cualquier lugar del pecho o el cuello mientras la miraba.
Aquel día, cuando llegó, recordó el primer día que la vio, aunque apenas llevaba meses muerta su mujer, se había vuelto a enamorar. La doctora pensaba que era un viejo hipocondríaco, él nunca le dijo que la amaba, es más, le hablaba de su esposa en presente. Gabriel moriría años después pensando solamente en Andrea y solo en la habitación de un hospital.
Quedaba una media hora para que le tocase entrar, el anciano vio a Andrea entrar en la consulta después del descanso para el desayuno, le saludó y ella correspondió con una sonrisa y unos buenos días.
Al entrar en su despacho Andrea se volvió a su compañera, y le dijo:
-¿No se cansa Don Gabriel de venir todos los días? Ya empiezo a pensar que no solo es hipocondríaco sino que además está loco!
-No me extrañaría nada, lleva viniendo quince años de lunes a viernes, pero no hace daño a nadie, a veces creo que viene por estar con aire acondicionado-dijo Maria.
-A lo mejor es eso, haz pasar al siguiente por favor-respondió Andrea dando por zanjada la conversación.
Gabriel estaba hablando con un conocido que vivía en su calle cuando María lo llamó a consulta:
-Don Gabriel puede pasar-le dijo.
-Voy-dijo el hombre, y entró en su consulta.
-Buenos días.
-Buenos días-respondieron al unísono Andrea y Maria, la doctora se levantó, se acercó a Gabriel, y le dijo-siéntese en la camilla por favor, y déme su cartilla medica.
Gabriel le dio su cartilla, Andrea la puso en la mesa de Maria y dijo:
-Ahí tienes- y se volvió a su paciente- ¿que le ocurre?
Gabriel, que no la había dejado de mirar a la cara, le respondió- me duele aquí y en este otro sitio.
Y como siempre se decían- don Gabriel, nos enterrará a todos tiene muy buena cara y no le veo nada.
-Pues me duele aquí y en este otro sitio.
Maria dijo mirándolo al rostro-se le ve feliz, se nota que quiere mucho a su esposa.
-La quise así desde el primer día, es una gran mujer.
- Se nota, lo cuida muy bien-dijo Andrea riendo.
-Si -dijo Gabriel sin dejar de mirar a Andrea-siempre lo hizo.
Maria le devolvió la cartilla médica y le dijeron las dos-hasta mañana don Gabriel.
-Adios-se despidió él.
5 comentarios
Bernal -
Dacidí escribir sobre algo real y como una persona se busca un ``apollo´´ para seguir viviendo.
Muchas gracias otra vez.
Abrazos
MalSapo -
NOFRET -
Besos.
Goreño -
De todas formas me ha gustado. Saludos
Cerro -
Me ha encantado, Bernal, el relato y también la foto que has elegido.
Un abrazo.